La Chunga
Pieza teatral
Obra de Mario Vargas Llosa
Obra de teatro escrita, el 30 de enero de 1986 y estrenada en el teatro Canout de Lima.
Interpretada por innumerables actores en el Perú y en el mundo, desde la gran Delfina Paredes hasta la enigmática y siempre bella Mónica Sánchez.
La obra nos presenta personajes y espacios usados en varias novelas del autor, como Lituma, el famoso prostíbulo, “ La casa verde” y la propia Chunga. Que al decir de Mario, son los propios personajes de alguna forma quienes le reclaman presencia en sus obras, y es aquí en donde la realidad se confunde con la fantasía y podría asomarse una nueva novela o a lo mejor algún transtorno mental. Ojalá sea lo primero.
No es como otras obras que presentan una complejidad en el armazón de la historia, con personajes y diálogos que se entremezclan, en ocasiones en espacios y tiempos diferentes, o paralelos, lo cual exige del lector una atención especial, y a la vez nos inflige como una daga filuda, una permanente carga dramática en la cual va creciendo la tensión y con la mano en la boca llenos de suspenso, nos preguntamos con angustia “Por Dios, que diablos va pasar..?”, y aquí viene la genialidad del autor. La de mantenernos atrapados, enganchados en ese bosque de laberintos oscuros, de ansiedad, perdidos, mareados y perseguidos, en el cual queremos tal vez escapar, pero también descubrir qué pasará?.
La curiosidad mató al gato dicen.
La obra La Chunga, no es la excepción, tampoco sus finales totalmente inesperados, que no son del gusto tal vez de nadie, pero que te dejan una sensación de choque, de atropello, casi de obligación para hacer un alto en la vida y quedarte en un estado de anodadamiento, de perplejidad, de deslumbramiento y de reflexión. Es la habilidad del gran escritor que prefiere lejos a las musas, y se entrega a la férrea disciplina del obrero, al trabajo de 8 horas cual empleado de oficina.
Para leer la pieza teatral “La Chunga”, como es recurrente en las obras de MVLL, es requisito indispensable estar vacunado contra la sordidez más agria. No valen los remilgos, ni disfuerzos de inocencia. No podría ser de otro modo, si nos sumergimos en la obra para conocer a los inconquistables, o al Caficho Josefino por ejemplo.
Si algo me motiva a escribir sobre esta pieza de teatro, es la tremenda fuerza y carga dramática de la misma. Además, el ir descubriendo página a página, con el corazón en la mano, un sub mundo lumpen, delincuencial, de olor a cantina, sudores rancios, pis, sobaco y perfume barato, que reflejan un mundo desolador, sombrío, siniestro y sin esperanza.
Retrato vivo de una sociedad corroída, corrompida, decadente, que se acostumbra al horror, para poder sobrevivir y sobrellevar las cosas. Algunos se consuelan con sentencias del tipo: “Asi es la vida, qué le vamos a hacer”.
Sin embargo, como suele ocurrir en las obras del “sartrecillo valiente”, no todo está perdido, siempre hay a Dios gracias, pequeños gestos y actos heroicos que parecen insignificantes, pero que finalmente reinvindican y redimen a la especie humana de toda su miseria y pobredumbre. Aquella que exhiben seres humanos en todo su cinismo, cobardía, mezquindades, codicia, entre otros.
Actos heroicos que sin embargo nadie se entera, actos que se ejecutan en la sombra, cual caballero de la noche, y por eso son más heroicos.
La Chunga me mantuvo con el alma en un hilo. Fue una experiencia de asombro brutal, pero también una experiencia tremendamente enriquecedora. Y como las grandes novelas luego de varios días, aún sigo dando vueltas la historia en la cabeza, el actuar de cada personaje, casi como si hubieran sido reales. Por momentos quisiera llorar, al pensar en el mundo en el que se vive. Haré bien llorar luego.
Son personajes casi reales o tal vez reales, hasta que el tiempo me va haciendo notar que sólo se trataba de una ficción. Casi como la sensación al despertarse luego de un sueño o pesadilla que parecía arrolladoramente real, hasta que nos despertamos sudando, extasiados, temblando, con un frío de horror, casi sin salir de nuestro espejismo. Como cuando niños, cuando papá o mamá se acercaban muy despacio para calmarnos, consolarnos y decirnos suavemente “sólo fue un sueño…, sólo fue una película…, duerme tranquilo…”